En
invernales horas, mirad a Carolina.
Medio
apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta
con su abrigo de marta cibelina
y no
lejos del fuego que brilla en el salón.
El fino
angora blanco junto a ella se reclina,
rozando
con su hocico la falda de Aleçón,
no lejos
de las jarras de porcelana china
que
medio oculta un biombo de seda del Japón.
Con sus
sutiles filtros la invade un dulce sueño:
entro,
sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris;
voy a
besar su rostro, rosado y halagüeño
como una
rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los
ojos; mírame con su mirar risueño,
y en
tanto cae la nieve del cielo de París.
Rubén
Dario (Matagalpa 1867 - León 1916)
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