jueves, 1 de septiembre de 2011

AIRES DE VENDIMIA




Ya se acerca la vendimia,
ya nos adentramos en Septiembre,
el verano se está acabando
aunque el sol aún pegue fuerte,
aunque aún deambulen bañistas
y las calles se inunden de gente.

Las uvas ya están maduras,
a punto de ser cortadas
con fríos filos de navajas,
serán recogidas por manos
sudorosas, pringoteadas,
pegajosas por el jugo
de la fruta acristalada.

En los comercios de mi pueblo,
en los puestecillos de la plaza,
los mozos comprarán navajas,
el canastillo de esparto,
el sombrerito de palma,
para tener todo a punto
para mañana

Al día siguiente, con el alba,
en los albores de la mañana,
el pueblo entero despierta
para iniciar la jornada,
mujeres que compran el pan caliente
y jornaleros que pasan,
hombres que van al viñedo
al despuntar la mañana.

Largas hileras de cepas esperan,
verdosas, estáticas, racimadas,
con sus hojas humedecidas por el rocío,
a punto de ser  vendimiadas.
Al llegar el mediodía,
el sol castiga los campos,
y a los que trabajan la tierra
les apuñala con sus rayos,
haciendo más duro el trabajo.

Por la tarde,
cuando el sol está muy bajo,
cuando la brisa zamarrea las parras,
el jornalero cansado, sucio, abatido,
aunque satisfecho, regresa a casa.

Al atardecer,
cuando la noche abraza las casas,
los viejos se sientan en la puerta
para afilar las navajas,
mientras los mozos piropean   
a las muchachas,
mientras los niños juegan y ríen,
a carcajadas.

Por la noche, bajo la luna,
el pueblo entero descansa,
aguardando un  nuevo día
para iniciar la jornada.

José Manuel Monge Alvarez (Sanlúcar de Bda 1964)

EL CRISTO DE MI BARRIO



Jueves Santo, media tarde

en la Iglesia de San Nicolás,
sol radiante, mucha gente,
salida procesional.

Ya repican las campanas,
ya redoblan los tambores,
ya se abre la portada.

Bullicio multitudinario,
niños a hombros de mayores,
ya aparece la cofradía,
ya se abren corazones.

Bajo túnicas enlutadas
nazarenos a dos filas,
paso lento, pies descalzos,
ya comienzan la partida.

Ya aparece allí mi Cristo,
mi Cristo de la Expiración,
con el cuerpo dolorido,
soportando la pasión.
Le sigue llorosa su madre,
la Virgen de la Esperanza,
guirnaldas, nardos y claveles,
manto verde y ¡qué mirada!

Costaleros sudorosos,
con los hombros doloridos,
paso lento, balanceo,
con buen arte y gran estilo.

Saetas de los balcones,
salidas de las entrañas,
suspiros del corazón
del cantaor que sabe cantarlas.

Dos luceros en la noche
son mi Cristo y mi Virgen,
dos luceros o dos estrellas,
dos luceros que iluminan
la Semana Santa sanluqueña.

Jueves Santo, media noche,
en su pena y su calvario,
entre los llantos y miradas
desfila el Cristo de mi Barrio.


José Manuel Monge Alvarez (Sanlúcar de Bda 1964)


ANCIANOS



Hoy hace buen día,
en los bancos de la plaza
toman el sol los ancianos,
con palabras turbulentas
cuentan vivencias del pasado

Qué alegría da verlos,
cuando se les acercan los chiquillos,
en busca de alguna historia remota
o de algún caramelillo.

Unos hablan de problemas familiares,
de sus nietos, de sus hijos.
otros no tan afortunados
de su vida, sus quehaceres,
de su estancia en el asilo.

Muchos los días soleados pasean,
otros permanecen hablando,
aquel que no volvió más,
o aquel otro que ha enfermado.

Qué imagen tan nostálgica
paseando por el parque,
o sentados en los bancos,
con sus gorras y cañeros
cubriendo su pelo cano,
con ese andar irregular,
pausado,
con las arrugas en sus rostros
y el temblor en sus manos.

Hoy hace buen día,
en los bancos de la plaza
toman el sol los ancianos,
con palabras turbulentas
cuentan vivencias del pasado.

José Manuel Monge Alvarez (Sanlúcar de Bda 1964)


AIRE LIBRE



Si algo me gusta, es vivir.
Ver mi cuerpo en la calle,
hablar contigo como un camarada,
mirar escaparates
y, sobre todo, sonreír de lejos
a los árboles...


También me gustan los camiones grises
y muchísimo más los elefantes.
Besar tus pechos,
echarme en tu regazo y despeinarte,
tragar agua de mar como cerveza
amarga, espumeante.


Todo lo que sea salir
de casa, estornudar de tarde en tarde,
escupir contra el cielo de los tundras
y las medallas de los similares,
salir
de esta espaciosa y triste cárcel,
aligerar los ríos y los soles,
salir, salir al aire libre, al aire.



Blas de Otero , Bilbao 19l6, Madrid 1979.


RAÍCES



Estoy metida en la noche
de estas raíces amargas,
ciegas, iguales y en pie
que como ciegas, son hermanas.

Sueñan, sueñan, hacen el sueño
y a la copa mandan la fábula.
Oyen los vientos, oyen los pinos
y no suben a saber nada.

Los pinos tienen su nombre
y sus siervas no descansan,
y por eso pasa mi mano
con piedad por sus espaldas.

Apretadas y revueltas,
las raíces alimañas
me miran con unos ojos
de peces que no se cansan;
preocupada estoy con ellas
que, silenciosas, me abrazan.

Abajo son los silencios.
En las copas son las fábulas.
Del sol fueron heridas
y bajaron a esta patria.
No sé quien las haya herido
que al rozarlas doy con llagas.

Quiero aprender lo que oyen
para estar tan arrobadas.
Paso entre ellas y mis mejillas
se manchan de tierra mojada.

Gabriela Mistral (1889 – 1957)

CASTILLA




El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca,
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
«¡Buen Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El Cielo os colme de venturas...
En nuestro mal, ioh Cid!, no ganáis nada».
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.


Manuel Machado (Sevilla 1874 – Madrid 1947)




REGRESO



Largas tardes campestres;
alamedas rosadas;
aire delgado que el aroma apenas
sostiene de la acacia;
huerto, pinar... Llanuras de oro viejo,
azul de la montaña...
Esquilas del alambre
y balido, sin fin, de la majada,
en el silencio claro...
¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!

Maravillosa noche estremecida
por el rumor del agua
y el fulgor de los astros
—imán de la mirada
perdida en lo insondable
de la eterna pregunta—. (El grillo canta,
corre la estrella, el aire
suspira entre las ramas).
Sueño tranquilo y sano,
velado por las plantas
humildes de la tierra y por el bravo
eucalipto que asoma a mi ventana...
Noche de paz y de salud y sueño...
¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!

Allegro matinal, tímida gloria
y milagro de nácar,
a las corolas risa,
trino a las aves y delicia del alma,
aire en las sienes, despertar, eterna
juventud —¡oh mañana
que abres los ojos y las rosas!—, dulce
y poderosa gracia...
Mañana de mi huerto, suave y pura...
¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!

¡Me llama la ciudad —que ignora el cielo
y la tierra y el agua
y el sol y las estrellas—,
febril y jadeante, apresurada,
con su aliento mefítico,
y su llanto y sus máquinas,
sonora de metales
infecta de palabras!

Manuel Machado  (Sevilla 1874 – Madrid 1947)