martes, 1 de octubre de 2013

REVOLUCIÓN



Sinvivires  proletarios,
la lucha histórica y eterna del obrero,
el sino duro y endémico,
la lucha de clases
desde el estamento social mas bajo,
el resquemor incesante,
del que solo tiene sus brazos
y necesita vivir de su trabajo.

Incertidumbre del hombre
que se vale de sus manos
para con mil sudores ganar el pan,
para tener un cobijo bajo techo,
para formar y sustentar una familia en paz.

Recortes de libertades y tiempos difíciles,
los días de huelga y de salir a la calle,
futuro siempre preocupante e incierto,
movimientos y conflictos sociales,
humos negros de barricadas
que reclaman condiciones dignas laborales,
la lucha existencial de los pobres.

Sueños de anhelos de trabajadores,
donde después de una vida de servir bien,
los ancianos descansen y acaben tranquilos,
donde con ilusiones y futuro
crezcan felices nuestros hijos,
en un mundo equilibrado y justo,
donde vivir y trabajar sea algo digno,
un mundo exento de luchas ni revueltas,
de condiciones decentes para el trabajador,
donde nunca estallase mi Revolución ...

José Manuel Monge Álvarez (Sanlúcar de Barrameda 1964)

LA BANDERA


Levántate conmigo.
Nadie quisiera 
como yo quedarse
sobre la almohada en que tus párpados 
quieren cerrar el mundo para mí. 
Allí también quisiera
dejar dormir mi sangre 
rodeando tu dulzura.

Pero levántate, 
tú, levántate, 
pero conmigo levántate 
y salgamos reunidos 
a luchar cuerpo a cuerpo 
contra las telarañas del malvado, 
contra el sistema que reparte el hambre, 
contra la organización de la miseria.

Vamos, 
y tú, mi estrella, junto a mí, 
recién nacida de mi propia arcilla,
ya habrás hallado el manantial que ocultas 
y en medio del fuego estarás 
junto a mí, 
con tus ojos bravíos, 
alzando mi bandera.


Pablo Neruda (Parral - Chile 1904 / Santiago de Chile 1973)

GRITO HACIA ROMA



Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
Peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
Y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.



Federico García Lorca (Fuentevaqueros - Granada 1898 / Viznar - Granada 1936)

ACEITUNEROS



Andaluces de Jaén, 
aceituneros altivos, 
decidme en el alma: ¿quién, 
quién levantó los olivos?


No los levantó la nada, 
ni el dinero, ni el señor, 
sino la tierra callada, 
el trabajo y el sudor.


Unidos al agua pura 
y a los planetas unidos, 
los tres dieron la hermosura 
de los troncos retorcidos.


Levántate, olivo cano, 
dijeron al pie del viento. 
Y el olivo alzó una mano 
poderosa de cimiento.


Andaluces de Jaén, 
aceituneros altivos, 
decidme en el alma: ¿quién 
amamantó los olivos?


Vuestra sangre, vuestra vida, 
no la del explotador 
que se enriqueció en la herida 
generosa del sudor.


No la del terrateniente 
que os sepultó en la pobreza, 
que os pisoteó la frente, 
que os redujo la cabeza.


Árboles que vuestro afán 
consagró al centro del día 
eran principio de un pan 
que sólo el otro comía.


¡Cuántos siglos de aceituna, 
los pies y las manos presos, 
sol a sol y luna a luna, 
pesan sobre vuestros huesos!


Andaluces de Jaén, 
aceituneros altivos, 
pregunta mi alma: ¿de quién, 
de quién son estos olivos?


Jaén, levántate brava 
sobre tus piedras lunares, 
no vayas a ser esclava 
con todos tus olivares.


Dentro de la claridad 
del aceite y sus aromas, 
indican tu libertad 
la libertad de tus lomas.


Miguel Hernández (Orihuela 1910 / Alicante 1942)