sábado, 1 de septiembre de 2012

EL MIRLO Y EL RIO



Existió una vez una avecilla,
un pajarillo cantarín,
un mirlo color rosado,
que en verano solía venir
al Coto de Doñana,
a orillas del Guadalquivir,
tras un largo viaje
desde un lejano país.

Construía su nido en un pino
apostado junto a la playa,
mirando hacia Sanlúcar,
sobre la arena dorada.

Saltando inquietamente,
revoloteando entre las ramas,
dulces melodías entonaba,
contaba aventuras de sus viajes
para que el río le escuchara.

Cierto día el río le contestó,
con un leve susurro del agua,
agua espumosa y salobre,
entre Sanlúcar y Doñana.

Uno hablaba de viajes,
del viento, del vuelo,
de paisajes.
El río contaba leyendas
de descubridores, de musulmanes;
         hablaba de historia, de barcos,
         de viajes,
         de la contaminación,
         de las maravillas en torno a su cauce.

         Año tras año,
         al llegar la primavera,
         el mirlo ya revoloteaba sobre el agua,
         acompañando a los barquitos de pesca,
         girando en torno a su mástil
         y siguiendo su divergente estela.

         Este año el pajarito vino,
         pero no canta,
         permanece siempre en su nido
         y la vejez se refleja en su cara.

         Su aspecto es enfermizo,
         parece que ya no puede vivir,
         se acurruca entre sus alas;
         ha venido al río a morir,
         entre Sanlúcar y Doñana,
         a orillas del Guadalquivir.

José Manuel Monge Alvarez (Sanlúcar de Barrameda 1964)

BALADILLA DE LOS TRES RIOS




El río Guadalquivir 
va entre naranjos y olivos. 
Los dos ríos de Granada 
bajan de la nieve al trigo. 

¡Ay, amor, 
que se fue y no vino!

El río Guadalquivir 
tiene las barbas granates. 
Los dos ríos de Granada 
uno llanto y otro sangre. 

¡Ay, amor, 
que se fue por el aire!

Para los barcos de vela, 
Sevilla tiene un camino; 
por el agua de Granada 
sólo reman los suspiros. 

¡Ay, amor, 
que se fue y no vino!

Guadalquivir, alta torre 
y viento en los naranjales. 
Dauro y Genil, torrecillas 
muertas sobre los estanques. 

¡Ay, amor, 
que se fue por el aire!

¡Quién dirá que el agua lleva 
un fuego fatuo de gritos! 

¡Ay, amor, 
que se fue y no vino!

Lleva azahar, lleva olivas, 
Andalucía, a tus mares. 

¡Ay, amor, 
que se fue por el aire!

Federico Garcia Lorca (Fuente Vaqueros 1898 - 1936)


POEMA DEL RÍO




Únicamente el río conoce tu secreto,
ese secreto tuyo que es el secreto mío.
El río es un hombre de corazón inquieto
pero el amor se aleja como el agua del río.

Únicamente el río nos vio por la vereda,
y el rumor de sus aguas era como un reproche.
Tu piel era más blanca bajo la magra seda,
como el deslumbramiento de la nieve en la noche.

No importa que huya el agua como un amor de un día;
mi amor, igual que el río, se quedará aunque huya.
Únicamente el río supo que fuiste mía,
para que mí alma fuera profundamente tuya.

El río es como un viaje para el sueño del hombre,
el hombre, es como el río, un gran dolor en viaje.
Únicamente el río te oyó decir mí nombre
cuando las hojas secas decoraron tu traje.

Sí. El río es como un hombre de corazón inquieto
que va encendiendo hogueras y se muere de frío.
Únicamente el río conoce tu secreto.
Únicamente el río.


José Ángel Buesa (Cuba 1910 - República Dominicana 1982)

EL RÍO




Yo entré en Florencia. Era
de noche. Temblé escuchando
casi dormido lo que el dulce río
me contaba. Yo no sé
lo que dicen los cuadros ni los libros
(no todos los cuadros ni todos los libros,
sólo algunos),
pero sé lo que dicen
todos los ríos.
Tienen el mismo idioma que yo tengo.
En las tierras salvajes
el Orinoco me habla
y entiendo, entiendo
historias que no puedo repetir.
Hay secretos míos
que el río se ha llevado,
y lo que me pidió lo voy cumpliendo
poco a poco en la tierra.
Reconocí en la voz del Arno entonces
viejas palabras que buscaban mi boca,
como el que nunca conoció la miel
y halla que reconoce su delicia.
Así escuché las voces
del río de Florencia,

como si antes de ser me hubieran dicho
lo que ahora escuchaba:
sueños y pasos que me unían
a la voz del río,
seres en movimiento,
golpes de luz en la historia,
tercetos encendidos como lámparas.
El pan y la sangre cantaban
con la voz nocturna del agua.

                                                
Pablo Neruda (Parral 1904 - Santiago de Chile 1973)

A ORILLAS DEL DUERO




Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor ?romero, tomillo, salvia, espliego?.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
?harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra?,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria. ?Soria es una barbacana,
hacia Aragón, que tiene la torre castellana?.
Veía el horizonte cerrado por colinas
oscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes de río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos! ?carros, jinetes y arrieros?,
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerta
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte, la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana
¿ya irán a su rosario las enlutadas viejas?.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.

Antonio Machado (Sevilla 1875 - Calliure 1939)

EL MONTE Y EL RIO




En mi patria hay un monte.
En mi patria hay un río.

Ven conmigo.

La noche al monte sube.
El hambre baja al río.

Ven conmigo.

Quiénes son los que sufren?
No sé, pero son míos.

Ven conmigo.

No sé, pero me llaman
y me dicen «Sufrimos».

Ven conmigo.

Y me dicen: «Tu pueblo,
tu pueblo desdichado,
entre el monte y el río,

con hambre y con dolores,
no quiere luchar solo,
te está esperando, amigo».

Oh tú, la que yo amo,
pequeña, grano rojo
de trigo,
será dura la lucha,
la vida será dura,
pero vendrás conmigo.

 Pablo Neruda (Parral 1904 - Santiago de Chile 1973)

RIO DUERO, RIO DUERO



Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja,
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.

Indiferente o cobarde
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.

Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.

Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.

Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.

Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada

sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.

 Gerardo Diego (Santander 1896 - Madrid 1987)


CANTO RÍO, CON TUS AGUAS




Canto, río, con tus aguas:
De piedra, los que no lloran.
de piedra, los que no lloran.
de piedra, los que no lloran.
Yo nunca seré de piedra.
Lloraré cuando haga falta.
Lloraré cuando haga falta.
Lloraré cuando haga falta.
Canto, río, con tus aguas:
De piedra, los que no gritan.
De piedra, los que no ríen.
De piedra, los que no cantan.
Yo nunca seré de piedra.
Gritaré cuando haga falta.
Reiré cuando haga falta.
Cantaré cuando haga falta.
Canto, río, con tus aguas:
Espada, como tú, río.
Como tú también, espada.
También, como tú, yo, espada.
Espada, como tú, río,
blandiendo al son de tus aguas:
De piedra, los que no lloran.
De piedra, los que no gritan.
De piedra, los que no ríen.
De piedra, los que no cantan.

Rafael Alberti ( El Puerto de Santa Maria 1902 - 1999)