Llega el
invierno. Espléndido dictado
me dan
las lentas hojas
vestidas
de silencio y amarillo.
Soy un
libro de nieve,
una
espaciosa mano, una pradera,
un círculo
que espera,
pertenezco
a la tierra y a su invierno.
Creció
el rumor del mundo en el follaje,
ardió
después el trigo constelado
por
flores rojas como quemaduras,
luego
llegó el otoño a establecer
la
escritura del vino:
todo
pasó, fue cielo pasajero
la copa
del estío,
y se
apagó la nube navegante.
Yo
esperé en el balcón tan enlutado,
como
ayer con las yedras de mi infancia,
que la
tierra extendiera
sus alas
en mi amor deshabitado.
Yo supe
que la rosa caería
y el
hueso del durazno transitorio
volvería
a dormir y a germinar:
y me
embriagué con la copa del aire
hasta
que todo el mar se hizo nocturno
y el
arrebol se convirtió en ceniza.
La
tierra vive ahora
tranquilizando
su interrogatorio,
extendida
la piel de su silencio.
Yo
vuelvo a ser ahora
el
taciturno que llegó de lejos
envuelto
en lluvia fría y en campanas:
debo a
la muerte pura de la tierra
la
voluntad de mis germinaciones.
Pablo
Neruda (Parral 1904 - Santiago de Chile 1973)
No hay comentarios:
Publicar un comentario