viernes, 1 de noviembre de 2013

VIENTO




Ráfagas traviesas e intrépidas
cargadas de palabras y lugares,
aires viajeros que deambulan por el mundo
escudriñando cada rincón,
como duendes invisibles,
veloces, penetrantes y libres
vientos revoltosos e incombustibles.

Vientos enfurecidos,
gélidos y cortantes,
viento abrasador del desierto
y las brisas marinas mas suaves,
que coquetean y tontean
con los tifones más voraces.

Revoloteos de hojarasca
mientras las chicas se sujetan la falda
en las tardes ventosas y pardas,
donde los árboles zarandean sus ramas
y donde el viento ulula entre las casas.

Aires helados del norte
y los templados aires del sur,
soplidos  dispares de Eolo
desde su gruta mas olvidada,
viento que llega a todas partes
hasta a las tierras mas alejadas,
viento que mueve molinos
y que separa el grano de la paja.

Aire del zagal que bebe los vientos
por la moza mas preciosa
y no se atreve a decirle cosas,
cosas que se lleve el viento
si la chica se hace la sorda,
versos que se esparzan al viento
para que la niña los recoja,
cortejo de aires de amor
que se pierden entre los vientos,
aires cómplices y tiernos,
aire, aires cargados de besos.

José Manuel Monge Álvarez (Sanlúcar de Barrameda 1964)

AIRE DEL SUR BUSCADO EN INGLATERRA


Si el aire se dijera un día: 

Estoy cansado, 
rendido de mi nombre... Ya no quiero 
ni mi inicial para firmar el bucle 
del clavel, el rizado de la rosa, 
el plieguecillo fino del arroyo, 
el gracioso volante de la mar y el hoyuelo 
que ríe en la mejilla de la vela...


Desorientado, subo de las blandas, 
dormidas superficies 
que dan casa a mi sueño. 
Fluyo de las paradas enredaderas, calo 
los ciegos ajimeces de las torres; 
tuerzo, ya pura delgadez, las calles 
de afiladas esquinas, penetrando, 
roto y herido de los quicios, hondos 
zaguanes que se van a verdes patios 
donde el agua elevada me recuerda, 
dulce y desesperada, mi deseo...


Busco y busco llamarme 
¿con qué nueva palabra, de qué modo? 
¿No hay soplo, no hay aliento, 
respiración capaz de poner alas 
a esa desconocida voz que me denomine?


Desalentado, busco y busco un signo, 
un algo o alguien que me sustituya 
que sea como yo y en la memoria 
fresca de todo aquello, susceptible 
de tenue cuna y cálido susurro, 
perdure con el mismo 
temblor, el mismo hálito 
que tuve la primera 
mañana en que al nacer, la luz me dijo: 


—Vuela. Tú eres el aire.

Si el aire se dijera un día eso...


Rafael Alberti (El Puerto de Stª Maria 1902 - Ibidem 1999)

EL VIENTO EN LA ISLA


El viento es un caballo: 
óyelo cómo corre 
por el mar, por el cielo. 

Quiere llevarme: escucha 
cómo recorre el mundo 
para llevarme lejos. 

Escóndeme en tus brazos 
por esta noche sola, 
mientras la lluvia rompe 
contra el mar y la tierra 
su boca innumerable. 

Escucha como el viento 
me llama galopando 
para llevarme lejos. 

Con tu frente en mi frente, 
con tu boca en mi boca, 
atados nuestros cuerpos 
al amor que nos quema, 
deja que el viento pase 
sin que pueda llevarme. 

Deja que el viento corra 
coronado de espuma, 
que me llame y me busque 
galopando en la sombra, 
mientras yo, sumergido 
bajo tus grandes ojos, 
por esta noche sola 
descansaré, amor mío.

Pablo Neruda (Parral, Chile 1904 - Santiago de Chile 1973)

PRECIOSA Y EL AIRE



Su luna de pergamino 
Preciosa tocando viene 
por un anfibio sendero 
de cristales y laureles. 
El silencio sin estrellas, 
huyendo del sonsonete, 
cae donde el mar bate y canta 
su noche llena de peces. 
En los picos de la sierra 
los carabineros duermen 
guardando las blancas torres 
donde viven los ingleses. 
Y los gitanos del agua 
levantan por distraerse, 
glorietas de caracolas 
y ramas de pino verde. 

Su luna de pergamino 
Preciosa tocando viene. 
Al verla se ha levantado 
el viento que nunca duerme. 
San Cristobalón desnudo, 
lleno de lenguas celestes, 
mira la niña tocando 
una dulce gaita ausente. 

Niña, deja que levante 
tu vestido para verte. 
Abre en mis dedos antiguos 
la rosa azul de tu vientre. 

Preciosa tira el pandero 
y corre sin detenerse. 
El viento-hombrón la persigue 
con una espada caliente. 

Frunce su rumor el mar. 
Los olivos palidecen. 
Cantan las flautas de umbría 
y el liso gong de la nieve. 

¡Preciosa, corre, Preciosa, 
que te coge el viento verde! 
¡Preciosa, corre, Preciosa! 
¡Míralo por dónde viene! 
Sátiro de estrellas bajas 
con sus lenguas relucientes. 



Preciosa, llena de miedo, 
entra en la casa que tiene, 
más arriba de los pinos, 
el cónsul de los ingleses. 

Asustados por los gritos 
tres carabineros vienen, 
sus negras capas ceñidas 
y los gorros en las sienes. 

El inglés da a la gitana 
un vaso de tibia leche, 
y una copa de ginebra 
que Preciosa no se bebe. 

Y mientras cuenta, llorando, 
su aventura a aquella gente, 
en las tejas de pizarra 
el viento, furioso, muerde.

Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, Granada 1898 – Viznar, Granada 1936)