Existió una vez una avecilla,
un pajarillo cantarín,
un mirlo color rosado,
que en verano solía venir
al Coto de Doñana,
a orillas del Guadalquivir,
tras un largo viaje
desde un lejano país.
Construía su nido en un pino
apostado junto a la playa,
mirando hacia Sanlúcar
sobre la arena dorada.
Saltantado inquietamente,
revoloteando entre las ramas,
dulces melodias entonaba,
contaba aventuras de sus viajes
para que el río le escuchara.
Cierto día el río le contestó,
con un leve susurro del agua,
agua espumosa y salobre,
entre Sanlúcar y Doñana.
Uno hablaba de viajes,
del viento, del vuelo,
de paisajes.
El río contaba leyendas
de descubridores, de musulmanes;
hablaba de historia, de barcos,
de viajes,
de la contaminación,
de las maravillas en torno a su cauce.
Año tras año,
al llegar la primavera,
el mirlo ya revoloteaba sobre el agua,
acompañando a los barquitos de pesca,
girando en torno a su mástil
y siguiendo su divergente estela.
Este año el pajarito vino,
pero no canta,
permanece siempre en su nido
y la vejez se refleja en su cara.
Su aspecto es enfermizo,
parece que ya no puede vivir,
se acurruca entre sus alas;
ha venido al río a morir,
entre Sanlúcar y Doñana,
a orillas del Guadalquivir.
José Manuel Monge, Sanlúcar de Barrameda en 1980.
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