Mi pueblo está a la deriva, por un lado lo empuja el mar, por el otro el río, pero siempre bajo la mirada expectante de los pinos de Doñana. Son árboles viejos, aunque muy verdes, los más próximos con sus ramas flexionadas hacia la orilla parecen hacer esfuerzos denodados por besar el agua.
Existe un barrio marinero, zonas más antiguas y otras en que se han hecho dueños del entorno los edificios modernos. Pero en realidad mi pueblo tiene dos plantas, dos partes unidas por cuatro cuestas empinadas.
La parte alta es la más antigua, con su castillo ,su parroquia , su palacio y toda su historia detrás de aquellas murallas. Es un sitio donde se aprecia el sabor de lo viejo, de lo antiguo, de los vestigios que dejaron los tiempos de antaño, todo rodeado por una permanente cortina de cal.
En la parte mas baja está el centro, el Ayuntamiento , los comercios$, el teatro y el mercado de abastos. Empieza allí concretamente una sucesión de calles paralelas con la línea del mar que a su vez son cortadas por otras de vez en cuando.
Mi pueblo es famoso por su paseo hacia la playa; estoy hablando de la majestuosa Calzada, es una explanada amplia y alargada de piso de albero dibujado de baldosas; a los lados jardines, moreras, rosales y estáticas palmeras, y al fondo el mar. Un dia de verano paseando por la Calzada, con un susurro de mar que cada vez se oye más cerca según nos vamos acercando, que es capaz de hacer sentir una sensación de felicidad incluso al turista más exigente.
A los lados de la Calzada se encuentran dos carreteras estrechitas y asfaltadas, las cuales en fechas veraniegas se ven tremendamente concurridas por coches de caballos que van y vienen. Qué tono tan pintoresco dan al ambiente adornados y llenos de cascabeles que suenan al unísono al compás del trote. Cómo disfrutan los chiquillos con las carnes coloreadas camino de la playa o de regreso.
El Ayuntamiento es el edificio más céntrico, se ve viejo, pero bien conservado. En su parte superior hay un reloj de enorme esfera que cada vez que marca la hora echa a revolotear unas docenas de palomas que revolotean por la Plaza del Cabildo. La Plaza del Cabildo es como el porche del edificio, en ella destacan dos esplendidas palmeras con su tronco vestido por unas enredaderas de flores encarnadas que llegan hasta la copa. Entre jardincillos, farolas y una fuente céntrica, aparecen salpicados inertes bancos de piedra concurridos por los ancianos siempre que el tiempo lo permite.
Los viejos de mi pueblo son abuelos andaluces, de los de verdad, de los de o bien cañero, o bien gorra y alpargata, de los de piel curtida y arrugada, de los del buen sentido del humor, de los buenos narradores de historias de mar o de sucesos en haciendas y cortijos, de los que viven el presente pero pensando más en sus raíces del pasado.
Muy cerca de allí se encuentra el mercado de Abastos, allí podemos encontrar de todo de lo que producimos . Las mejores frutas, verduras, carnes y el cotizado marisco o pescado fresco llegado a puerto la tarde anterior. El frutero, el pescadero, el carnicero, el churrero, el afilador, sandias a 30, tomates a 25, acedías a 400, mejillones, almejas, langostinos, huevos frescos; de todo inmerso entre el bullicio y el griterío. Es un verdadero espectáculo contemplar como un viejo verdurero de los de gorrilla y bata blanca con una matita de perejil adosada a su solapa, hace sonar graciosamente una campanilla intentando recabar la atención de las mujeres.
Las calles de mi pueblo están llenas de bodegas, paredones blancos, interminables, interrumpidos de vez en cuando por alguna reja desde donde se pueden ver las cubas de madera, cubas de roble, como debe ser. Por dentro las bodegas son húmedas, sombrías con solera, con las cubas apostadas a uno y otro lado en hileras superpuestas. Qué olor tan particular que reconforta y hunde hasta las entrañas, hechicero encanto de la manzanilla.
De la bodega pasamos al muelle, al puerto donde se descarga el pescado traído por los juanelos, cajas que van y vienen arrastradas por la húmeda superficie de hormigón. La subasta, 10.000, 9.995, 9.990, 9.985, ¡mío!. Acedías, pescadillas, rayas, almejas, pulpos, chocos, langostinos, cigalas, galeras, todo agrupado en ranchos que son indagados por la multitud de compradores. Entre tanto, sonido de motores, rostros marineros desencajados por la dura jornada y un sin fin de gaviotas hambrientas que merodean por entre las embarcaciones.
La lonja se irá desalojando paulatinamente, a medida que avance la tarde, hasta que solo quede aquel olor con sabor a mar que perdurará en el ambiente.
José Manuel Monge, Sanlúcar de Barrameda en 1980.
lunes, 6 de junio de 2011
FISONOMIA SUPERFICIAL DE MI PUEBLO
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