En el
silencio estrellado
la Luna
daba a la rosa,
y el
aroma de la noche
le
henchía sedienta boca.
El
paladar del espíritu,
que
adurmiendo su congoja
se
abría al cielo nocturno
de Dios
y su Madre toda...
Toda
cabellos tranquilos,
la
Luna, tranquila y sola,
acariciaba
a la Tierra
con sus
cabellos de rosa
silvestre,
blanca, escondida...
La
Tierra, desde sus rocas,
exhalaba
sus entrañas
fundidas
de amor, su aroma...
entre
las zarzas, su nido,
era
otra luna la rosa,
toda
cabellos cuajados
en la
cuna, su corola;
Las
cabelleras mejidas
de la
Luna y de la rosa
y en el
crisol de la noche
fundidas
en una sola...
En el
silencio estrellado
la Luna
daba a la rosa
mientras
la rosa se daba
a la
Luna, quieta y sola.
Miguel
de Unamuno (Bilbao 1864 - Salamanca 1936)
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