viernes, 1 de marzo de 2013

- INTIMA -




Tú no oprimas mis manos. 
Llegará el duradero 
tiempo de reposar con mucho polvo 
y sombra en los entretejidos dedos. 

Y dirías: «No puedo 
amarla, porque ya se desgranaron 
como mieses sus dedos». 

Tú no beses mi boca. 
Vendrá el instante lleno 
de luz menguada, en que estaré sin labios 
sobre un mojado suelo. 

Y dirías: «La amé, pero no puedo 
amarla más, ahora que no aspira 
el olor de retamas de mi beso». 

Y me angustiara oyéndote, 
y hablaras loco y ciego, 
que mi mano será sobre tu frente 
cuando rompan mis dedos, 
y bajará sobre tu cara llena 
de ansia mi aliento. 

No me toques, por tanto. Mentiría 
al decir que te entrego 
mi amor en estos brazos extendidos, 
en mi boca, en mi cuello, 
y tú, al creer que lo bebiste todo, 
te engañarías como un niño ciego. 

Porque mi amor no es sólo esta gavilla 
reacia y fatigada de mi cuerpo, 
que tiembla entera al roce del cilicio 
y que se me rezaga en todo vuelo. 

Es lo que está en el beso, y no es el labio; 
lo que rompe la voz, y no es el pecho: 
¡es un viento de Dios, que pasa hendiéndome 
el gajo de las carnes, volandero!

Gabriela Mistral (Vicuña, Chile 1889 - Nueva York 1957)

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