Un
murmullo de personas estresadas
presas
del ritmo frenético de la vida de la gran urbe,
estudiantes,
sujetos raudos camino del trabajo,
y una
variopinta diversidad de rostros entre los transeúntes.
Ajetreo
de masas de perfiles dispares con paso acelerado,
comercios,
escaparates entre luces de neón y ostentosos bancos.
Transporte
público, ruido estridente de cláxones irascibles
y una
atmósfera enrarecida bajo una boina tejida de polución
que
como una nube enfermiza nos evita ver el sol.
Bulevares,
cafeterías, restaurantes y grandes almacenes,
ministerios,
museos, bocas de metro que asoman del suelo
escupiendo
ráfagas humanas de los trenes del hormiguero.
Plazas,
avenidas y calles en ese reducto de asfalto y hormigón,
fuentes
y algún parque o zona verde que quieren ser pulmón,
un halo
de una naturaleza ausente en la jungla sin control.
Horas
punta, comida rápida, cafés de la tarde,
y un
cambio radical del mundo urbano al llegar la noche.
Cena de
restaurantes, de pizzería o de comida en la calle,
cines
de carteleras impactantes y los mejores teatros,
mendigos,
taxis que descargan huéspedes frente a los hoteles
y un
poco mas tarde ya bien adentrada la noche,
mujeres
de tacones y falda corta en busca de clientes.
Abren
las salas de fiesta de porteros fortachones,
glamour,
juego, gente bien vestida y ganas de diversión,
cuando se
animan de concurrencia los bares de copas
en esa
vida presa de música de alcohol, vicio y conversación.
Ciudades
del mundo,
madrigueras
de cristal ennegrecido
y de
aceros de cemento que buscan los cielos.
Ciudades
del mundo
un ajetreo
ruidoso de luces iluminado
en la
noche de una gran llamarada vista a lo lejos.
Grandes
ciudades del mundo,
la
ingente e incontrolable obra de creación humana,
la
jauría del estrés loco que nunca descansa ...
José
Manuel Monge Alvarez (Sanlúcar de Barrameda 1964)