sábado, 1 de junio de 2013

EL ÁRBOL DE MI PATIO



       Nadie sabe quien te plantó
ni tu procedencia ni casta,
        el caso es que siempre estuviste
        en el patio de mi casa.

        Carcomido y polvoriento,
        viejo y con poca sabia,
        solo te mantiene vivo
        la brisa que el mar te manda.

        Jugaste y fuiste feliz,
        con los niños de mi casa,
        cuando en sus juegos infantiles
        por tu áspero tronco trepaban.
                                                      
            Albergaste muchos pájaros
que en tí sus nidos construyeron,
            algunos lo hacen aún,
            pero otros no volvieron.


          Cuantos enamorados grabaron
            en tu tronco corazones,
            cuantos besos a escondidas
            y cuantos versos de amores.

            Las flores de las macetas
            con sus fragancias te animan,
            mientras que tú seco y sin fuerzas,
            lentamente te morías.

            En las tardes de verano
            al fresquito de la parra,
            contemplaba amargado y triste
            cómo tus ramas mustias me hablaban.
                                              
            Hoy al abrir mi ventana,
            algo tornó la expresión de mi cara,
            vi como en tus secas ramas,
            unas pequeñas hojitas brotaban.

José Manuel Monge Alvarez (Sanlúcar de Barrameda 1964)

ARBOLÉ, ARBOLÉ



Arbolé, arbolé 
seco y verdé.

  La niña del bello rostro 
está cogiendo aceituna. 
El viento, galán de torres, 
la prende por la cintura. 
  Pasaron cuatro jinetes 
sobre jacas andaluzas 
con trajes de azul y verde, 
con largas capas oscuras. 
  «Vente a Córdoba, muchacha». 
La niña no los escucha. 
  Pasaron tres torerillos 
delgaditos de cintura, 
con trajes color naranja 
y espadas de plata antigua. 
  «Vente a Sevilla, muchacha». 
La niña no los escucha. 
  Cuando la tarde se puso 
morada, con luz difusa, 
pasó un joven que llevaba 
rosas y mirtos de luna. 
  «Vente a Granada, muchacha». 
Y la niña no lo escucha. 
  La niña del bello rostro 
sigue cogiendo aceituna, 
con el brazo gris del viento 
ceñido por la cintura.

  Arbolé arbolé 
seco y verdé.



Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, Granada 1898 - Viznar, Granada 1936) 

ALAMOS



Álamos negros 
junto al arroyo fresco.

Álamos blancos 
junto al arroyo claro.

Álamos blancos 
y negros, 
cogidos del brazo, 
van cantando 
al son de la brisa, 
por el arroyo abajo.



José Maria Hinojosa (Campillos, Málaga 1904 - Málaga 1936)

A UN OLMO SECO


  Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

  ¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

  No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

  Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

  Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, 
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.


Antonio Machado (Sevilla 1875 - Colliure, Francia 1939)

ÁRBOL DE MI ALMA



Como un ave que cruza el aire claro 
siento hacia mí venir tu pensamiento 
y acá en mi corazón hacer su nido. 
Ábrese el alma en flor: tiemblan sus ramas 
como los labios frescos de un mancebo 
en su primer abrazo a una hermosura: 
Cuchichean las hojas: tal parecen 
lenguaraces obreras y envidiosas, 
a la doncella de la casa rica 
en preparar el tálamo ocupadas: 
Ancho es mi corazón, y es todo tuyo: 
Todo lo triste cabe en él, y todo 
cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere! 
De hojas secas, y polvo, y derruidas 
ramas lo limpio: bruño con cuidado 
cada hoja, y los tallos: de las flores 
los gusanos del pétalo comido 
separo: oreo el césped en contorno 
y a recibirte, oh pájaro sin mancha 
apresto el corazón enajenado!



José Martí (La Habana, Cuba 1853 - Dos Ríos, Cuba 1895)

IN MEMORIAM



Dulce chopo, 
dulce chopo, 
te has puesto 
de oro. 
Ayer estabas verde, 
un verde loco 
de pájaros 
gloriosos. 
Hoy estás abatido 
bajo el cielo de agosto 
como yo frente al cielo 
de mi espíritu rojo. 
La fragancia cautiva 
de tu tronco 
vendrá a mi corazón 
piadoso. 
¡Rudo abuelo del prado! 
nosotros, 
nos hemos puesto 
de oro.



Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, Granada 1898 - Viznar, Granada 1936)