Mi espíritu profanó la
intimidad de tus sueños,
tu mirada se alojó dentro de
mi subconsciente,
bajo aquel cielo estrellado
sucio de besos ardientes.
Sumidos en aquel abrazo largo
sempiterno,
espectadores de una noche de
mar tibio y sereno.
Brisa portadora de sabores a
algas y a sal,
destellos de barquitos que
surgen de la oscuridad
entre un susurro de olas que
no nos quería despertar.
Soñamos que éramos tan
felices como antes,
con ese amor inocente y exuberante
de juventud,
entre libros de texto y
recelos colegiales.
Aquellos paseos hasta tu casa
todas las tardes.
Qué embelesante placidez la
de aquella noche,
grato desenlace de un
incandescente día estival,
bañistas, niños, cuerpos al
sol, todo quedó atrás,
desde que los rayos cegadores
se apagaron en la mar;
la dejaron de oro y luego se
puso de cobre
sin que nadie supiera donde los rayos se esconden.
La noche sin darse cuenta se
abalanzó precoz,
con una penumbra absorbente
de calma y tranquilidad,
donde resaltan tus ojos como
tizones sin quemar,
tus labios dos fresones que
las olas se quieren tragar.
Estaba a tu lado pero no
estaba contigo,
ni siquiera yo sabia donde
debía de estar,
si estaba soñando contigo o
me enamoraba del mar.
José Manuel Monge
Alvarez (Sanlúcar de Bda. 1964)